Nicolás nos cuela. Sale Nicolás, sonríe, cuenta cuántos
somos, vuelve a entrar, va a hablar con el director. Sí, sí… Nicolás Ríos…
(Nicolás Ríos… Nicolás Ríos…. Nico… ¡¡Nico Ríos!! Mierda).
Vuelve Nico, y su labio medio leporino le delata. ¿Seis?¿Siete
años atrás? Su mujer, sus hijas, bajo perfil, por suerte no se acuerda. Holayadiós.
Pides martinis con frambuesas negras y rojas y cerezas verdes y el camarero, de
blanco pared de hospital, asiente, sonríe y responde: “Un momento, señoritas”.
Uau. Nos hace caso, y eso que somos un grupo de siete chanclas, con rastas,
mochilas, ojeras y demasiados libros en la bolsa. Nosotros llevamos el producto
de los que piden más cocaína y también llevan chanclas, pero con estilo.
Que sí, Nocilla dream
mola, pero no soy Mallo. Ni ese que escribió ese libro de tanto éxito que tiene
una chocolatina en la portada. No soy ellos, pero soy yo.
Con una oliva, sin gracias. La muerdo y lo devuelvo. No es
un ambiente rancio, es un ambiente prematuramente desdentado. Con carrillos que
ya derrapan, y palabras encadenadas que se entrechillan. Sin sentido. Sin.
¿Quién coño pide un cóctel sin alcohol en una fiesta de estas? Queso de
contrabando en el baño, con risa mediática y pantalones dobles. Sí, hola. El
baño de hombres es allí. Pero puedes pasar, guapo.
Entre gin-tonics con frambuesas de colores, todos los
flequillos son sexys.
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